Discurso de Unamuno

VENCEREIS,PERO NO CONVENCEREIS,


VENCEREIS,PORQUE TENEIS SOBRADA FUERZA BRUTA


PERO NO CONVENCEREIS


PORQUE CONVENCER, SIGNIFICA PERSUADIR


Y PARA PERSUADIR, NECESITAIS ALGO QUE OS FALTA ,


¡RAZÓN Y DERECHO EN LA LUCHA!







viernes, 4 de marzo de 2011

ETERNO AJETREO


Y tras 19 largos años recorriendo el umbral del dolor, del recuerdo que dejaba a su paso la sombra de una sonrisa portadora de una única verdad, la verdad de unos ojos que reían para no sentir, la silueta de una sonrisa como alternativa al dolor; fue cuando una fuerza emergió de aquel corazón, para comunicarle que había llegado la hora, la hora de contemplar el reflejo de aquella mujer que nunca se había detenido a observarse, y fue hermosa  la respuesta, el espejo le devolvió el reflejo de  una gran sonrisa perteneciente a un alma coraje, y un corazón del que manaban puros sentimientos. Y lo comprendió todo, las causas de aquella sonrisa, pero también el motivo que la congelaba frenéticamente, su mayor miedo, tener que decir adiós a su vida, hacer un balance de ella acurrucada en aquella mecedora, envejecida por tener que soportar tanto peso, con la mirada clavada en las deterioradas baldosas y darse cuenta que había dejado escurrir entre sus dedos momentos valiosos.

 No le temía a la muerte, fobia del mas común de los mortales, ni a la soledad, ni siquiera a la reconocida guerra, adoraba escribir y por tanto consideraba la soledad como una gran fuente de inspiración, le gustaba preguntarse que había detrás del rostro de aquellas caras con aspecto de normalidad, mientras se situaba frente al televisor una pequeña tarde de invierno, bajo la manta del cuarto de estar,  rebozada en aquella bata azul pitufo que la enterraba, regalo de su abuela poco antes de morir. No temía al que dirán, ni siquiera al fracaso académico pudiendo convertirse en una periodista frustrada  y sin gancho, pero si existía algo que no era capaz de enfrentar, era llegar al final de su vida sintiendo esa rabia que nos envuelve, al vernos partícipes de la impotencia de no poseer el poder para cambiar las cosas y lo que es peor, cuando tenemos la certeza de que es tarde, demasiado tarde.

Libraba batallas en una sociedad de gladiadores, en la que lidiaban corazones revueltos, dispuestos a vivir al límite, jóvenes sin aparentes miedos cuyo motor era la alegría propia de la juventud, movidos por un optimismo contagioso con un único afán, sentirse libres. Ella también era poeta, una bohemia en proyecto que consideraba la escritura como el gran motor de su vida.

Pero todo esto, no era sino la eterna consecuencia ampliada de algo que marcaría su vida a fuego. La muerte de su madre con tan solo 12 años. Todavía recuerda aquella sonrisa al leer alguno de sus cuentos cuando era chiquita, todavía recuerda aquellos ojos centelleantes, que con cierta ironía le medio regañaban a la vez que pronunciaban la misma frase, siempre la misma: pero hija cuanta imaginación tienes, ¿no sería mejor que escribieras sobre cosas reales? Ya te estas convirtiendo en una mujercita y eso tiene que cambiar. Con doce años, una es pequeña para muchas cosas, pero al mismo tiempo poseía un corazón extraordinariamente empático que le permitía percibir la amarga verdad que nadie quería que sospechara. Y ella la contemplaba, fijaba sus ojos en aquella silueta esbelta y ajetreada, siempre de un lado para otro, sin descanso pero con rumbo calculado, sin detenerse, ella la de la eterna sonrisa, siempre con algún asunto pendiente, pero con una mirada que denotaba prisa, prisa y fervor por realizar demasiadas cosas, como si ella supiera de antemano que al día siguiente iba a dejarnos y tuviera que dejar cientos de asuntos zanjados. Y se fue, y partió, dejando la butaca del cuarto de estar vacía, se fue y yo seguí creciendo y mis relatos fantasiosos evolucionaron en  pequeñas novelas históricas, se marchó  dejando la eterna sombra de la prisa plasmada en aquellas huellas. Se marcho dejando un enorme pesar sobre su hija, ese miedo a que todos sus esfuerzos y sueños se vieran quebrados por una enfermedad, obligándola a constituir su eterno lema: vivir intensamente, vivir al límite, porque solo en el límite es cuando podía experimentar el verdadero valor de los sentimientos.

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